Un día me acerqué a ella, entre el temor, la curiosidad y mis ganas locas de hacerle mil preguntas: ¿qué se siente tener tantos años abue?, oiga, ¿usted tiene 60? ¿tener esos años es mucho o poquito? hay, si que se molestaba conmigo por las preguntas imprudentes, decía "los niños que mucho preguntan se van al purgatorio y el diablo les lleva", cómo no recordar esos ojos tristes, luminosos y profundamente coloridos, cansados por cargarse a las espaldas la crianza en soledad de hijos, nietos y una infinidad de guaguas en la historia de su vida.
Abue ¿por qué siempre llora por dios y dice que él siempre se muere porque le hemos matado? pero...yo no le conozco a él y no le he hecho nada, sé que no me porto tan bien, pero no creo que sólo por eso él esté así de feo, ahí arriba crucificado y triste..."hay mijita no diga eso, respete es nuestro señor, a él mismo hay que pedirle para que usted sea una buena ñiña y cuando crezca, una persona de bien", yo, sin comprender el por qué, prefería no seguir preguntando por miedo al cuadro embejecido del purgatorio pintado en grises, sombras y lleno de imágenes sobre la nada de las almas que no saben a dónde ir.
Pero lo más lindo, era el olor a culantro de sus manos más hermosas que el sol de la niñez, cada marquita de sus manos tenía detrás los vestigios de un por qué, de un cuento y de una historia, de un momento en la cocina, usualmente. Yo recogía entre mis manos pequeñas, las suyas, imaginaba con los ojos cerrados cómo era ella por dentro, tan bonita, tan buena y cariñosa, dispuesta a dar la vida, por los demás y hasta pensaba que ella era lo más parecido a un ángel.
"Si Dios en verdad existe (disculpe por esta expresión abue), seguro le ha guardado a su lado, el puesto más especial, a usted, tengo toda la certeza, le juro".
Otro día recibí el regalo más increíble del mundo, una pequeña cocina de lata con olor a pintura fresca, dormí los siguientes dos meses con mi juguete a lado de la almohada y, de cuando en cuando me despertaba para vigilar que ni el viento se acercara, ese que fue lo mejor que me han podido regalar, lo mejor que me regaló otra mujer trascendente en mi historia, mi abuela número dos, con la que crecí en mi segunda niñez.
Ella en cambio, era una mujer de la que todos hablaban por ser más liberada, independiente, taquígrafa, madre sola, conocida en todo el barrio de la Hermita por no saber cocinar. Cuando me contaba su vida, sentía miedo de la dureza y a la vez, sentía su inmesa fortaleza en un abrazo, dulzura en sus cuidados y algo fuerte como la caída de una piedra en el retrato hablado de su rostro, de su cuerpo y de su vida. De esta parte de mi rompecabezas, heredé seguro todas las inconformidades que me rodean, hace poco me enteré que fue ella quien subía a Marianitas a cavar las primeras zanjas y caminos con toda la gente que defendía los asentamientos populares y la lucha por las tierras del Comité. Por ahí incluso, llegue a saber que estuvo en el nucleo socialista y que luchaba con los trabajadores ferroviarios.
El instinto preguntón me ayudó a recoger estas líneas separadas y empolvadas por el tiempo, ahora, quiero que estas piezas e imágenes no se pierdan, son lo que soy, yo misma, mi antes, mi ahora, mi album de fotos, los amores eternos e incodicionales de mis abuelas, mujeres fuertes e indestructibles como las rocas y tan amorosas como lo más cercano a su idea de amor, Dios.
Los aprendizajes más valiosos, vienen de las abuelas, su sabiduría y ejemplo. Quién no recuerde su historia con todo y personajes, está perdido.
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