miércoles, 18 de marzo de 2015

A Nina, lo propio y lo distinto le moldeó la vida


Nina  es una mujer que confía en sus sueños. Estos le acompañan en forma de premoniciones. Son guías que aclaran su pensar y le permiten encontrar respuestas que trascienden de la imaginación a la realidad. Le ayudan a tomar decisiones y acude a ellos en instantes claves.  Para ella, creer en las corazonadas es un don.



Foto: Elena Vásconez



Por : Elena Vásconez


Los principios del ayllu y la sabiduría de los mayores, tan presentes en la memoria y la conciencia de Nina, fueron los referentes en los que ella, Luz del Amanecer, se sostuvo y se construyó. Honestamente se reconoce citadina porque nació en la ciudad. Sin embargo, su corazón lleva impregnado dentro de sí dos esencias: una que se corresponde con el pueblo Otavalo por sus raíces familiares y otra que le fue concedida amorosamente por el pueblo Puruhá, en los 90, al ser  asumida como hija y compañera dentro del Movimiento Indígena de Chimborazo debido a su destacado trabajo de apoyo a las organizaciones de la provincia, sobre todo en Colta donde la lucha guardaba relación con los conflictos de tierras.

Carismática y multifacética, de carácter y voz fuerte, es una de las figuras más representativas y reconocidas por su importante contribución al movimiento indígena en razón de dirigencias, militancia y pensamiento. Ha ocupado varias dignidades a escala nacional e internacional demostrando que el liderazgo de la mujer indígena ha sido capaz de romper el paradigma tradicional de exclusión étnica y de género. Su estatura es baja y su rostro amigable. Conversa con tal sinceridad que da la sensación de haberla conocido toda una vida. Con entusiasmo narra historias escondidas, aquellas no publicadas por los medios ni en las ruedas de prensa que ha dado, seguramente, una infinidad de ocasiones. Los gestos conducen la plática y hasta modula la voz. Escucharla es agradable. Ciertamente, de Petrona Quinche, su bisabuela literata, heredó el don de contar, crear y recrear.

El mundo de la niñez: la escuelita y los valores comunitarios

En medio de dos realidades, a momentos convergentes y otras veces, más bien, en competencia, transcurrió la niñez de Nina. Lo propio y lo distinto le causaban extrañeza y confusión. El mundo mestizo de la escuela y el mundo de los valores comunitarios que sus padres y abuelos replicaban. “En la escuela se desarrolló mi capacidad de asombro y observación. Hacía galletitas y actividades con el barro. En la casa mi madre me enseñó matemática utilizando la taptana. Cuando me sentía triste porque la legua se me enredaba con la pronunciación de algunos diptongos en castellano, difíciles para mí porque mi primera lengua era el kichwa, ella me animaba haciéndome repasar una y otra vez entre mandado y mandado. Así aprendí de la persistencia”.

Si bien, en la formación escolar convencional a la que Nina accedió se reproducía el menosprecio de toda lengua que no fuera el castellano, de la medicina ancestral catalogada en tanto una expresión de brujería o se utilizaba la repetición memorística para abordar la historia de personajes y pueblos conquistados y desaparecidos, cuya existencia se reducía al pasado; en la formación acuñada por los saberes propios y los valores comunitarios, impartidos en el hogar, experimentó el manejo del tiempo circular, la relevancia de “ser antes que tener”, la apreciación de lo propio, los beneficios de la reciprocidad y el compartir ante la acumulación y el individualismo. Supo que, a diferencia de lo mencionado comúnmente en la enseñanza de la historia contada por los conquistadores y repetida en la escuela, su pueblo gozaba de permanencia cultural e histórica porque estaba vivo. Ella misma era la prueba.

Por otra parte, al participar desde pequeña en el taller textil de su padre comprendió el verdadero sentido de la economía comunitaria y del trabajo. Además se convirtió en una gran tejedora. Comenta que el abuelo, mientras le enseñaba a hilar, compartía la siguiente metáfora: “si cada hilo está suelto se rompe pero si están juntos y entrelazados como somos nosotros (la familia y la comunidad) eso no se destruye fácilmente”. A lo mejor presintió el camino que más tarde tomaría su nieta.

El abuelo, los libros y el espacio juvenil:

Lamparilla ardiente de mis ojos, no desmayes jamás en mi camino” es uno de los pasillos con el que se restauran, en la memoria de Nina, las imágenes musicalizadas de otro tiempo. Abrazada al abuelo cuenta que bailaban juntos alegremente “la pollera colora”. Cantaban huaynos y entonaban la guitarra.

A propósito de un hecho, al principio doloroso, su vocación de buena lectora y declamadora despertó. Tenía todas las posibilidades para participar en un concurso de libro leído, pero, por ser indígena, la oportunidad le fue negada. Llorando le contó lo sucedido a su padre y él, preocupado, prometió que le regalaría un libro, justamente el del concurso.

A los pocos días llegó con una colección completa de libros. Le explicó que luego de buscar en algunos lugares no encontró solo un ejemplar denominado Ariel sino varios. Desde ese instante, en un abrir y cerrar de ojos, devoró lo que estaba a su alcance para la lectura. Desde Oliverio Twist hasta las revistas que vendían los sábados en la feria de Otavalo (MemínCondoritoTarzán y El Llanero Solitario) eran leídas sin descanso. Al principio lo hacía por distracción pero después, y con un criterio más razonado, seleccionaba sus lecturas cuestionándolas.

“El predominio de la cultura hegemónica hacía que me preguntara ¿qué mismo está pasando con nosotros si estamos dejando lo nuestro y valorando lo otro? ¿Qué sucede con nuestros pueblos? Más en la adolescencia cuando se configuraba mí identidad y tenía varias interrogantes que hasta me provocaron shock”  dice ella.

Discriminada en la ciudad por ser indígena y en la comunidad por vivir en la ciudad, decide crear con otros jóvenes el taller cultural Kausanakunchic para decir “aquí estamos, hemos vivido, vivimos y seguiremos viviendo”. La música, el teatro, el deporte y la danza fueron las expresiones artístico-deportivas encaminadas a retomar con calma esa búsqueda de respuestas.

Su paso por este espacio le dejó una lección. Ese día, el grupo musical del taller fue invitado por un amigo a una asamblea comunitaria. Ya en el sitio, los artistas (entre ellos Nina) esperaron un largo rato con la ilusión de llevar a cabo su presentación musical pero, finalmente, no lo pudieron hacer. No habían sido invitados por la autoridad de la comuna sino por un conocido. Esa era la razón. “La experiencia fue buena porque pudimos visibilizar jurisdicción territorial, autoridad y reglas de convivencia, relaciones sociales y diplomacia. El respeto a la autoridad que está al frente de una comunidad era la base. Eso nunca más lo olvidé”  asegura.

El nacimiento del proceso organizativo y la vida política:

Años más tarde, ya en su vida profesional, Nina viaja a Riobamba articulándose así con varios procesos organizativos. Puso a su servicio tanto los conocimientos de abogacía como lo aprendido por experiencia en relación a la autoridad comunitaria. Sirvió de mucho la lección vivenciada junto a sus compañeros músicos.

Capacitadora y asesora en resolución de conflictos, en las comunidades, impartió clase sobre administración de justicia indígena. Pensaba que los conflictos debían ser resueltos en la comunidad, tal cual sus mayores, en el estado pre colonial, lo hacían sin necesidad de acudir a los intendentes. Lastimosamente, como las capacidades y facultades de las autoridades indígenas para la libre determinación de sus pueblos no se reconocían vía legislación, nada que pudiera realizarse al respecto funcionaba. Se topó con una piedra pero continuó.

Exactamente en 1993, cuando ya formaba parte del movimiento indígena de Chimborazo, las organizaciones de Colta promovieron su nombre para la candidatura a la dirigencia del tercer congreso de la CONAIE de ese año. Por decisión asamblearia a nivel provincial fue candidata y, por unanimidad, electa dirigente de tierras y territorios de la organización nacional.

Afirma que su caso es sui géneris porque, aunque no creció en la comunidad y siempre se consideró urbana, el apoyo popular de las comunidades que le adoptaron marcó el nacimiento de su proceso organizativo y se ha hecho presente en todo momento. Para la Asamblea Nacional Constituyente fue nombrada representante por Chimborazo con el apoyo de las organizaciones en el 98. Lo mismo para la Diputación Nacional, la designación de la Cancillería y la Corte Constitucional.

Aclara: “La decisión no fue cómo entro y soy candidata y empiezo a buscar adhesiones, fue porque me pidieron desde la organización y porque lo decidí. Miré que lo colectivo vaya de la mano con lo individual y la necesidad de decidir en el seno de la organización. En consecuencia, he sido un abre caminos. Había que romper el menosprecio a los pueblos y demostrar que si podemos. En los cargos que me ha tocado estar no he entregado carreteras y demás. Ha sido una lucha desde la legislación, la política y ahora desde la investigación con un proyecto que tengo en mente para que se fortalezca el conocimiento y la filosofía de los pueblos recuperando el uso del idioma porque ahí es donde está la esencia del pensamiento”.

Nina ahora:

Madura y con una claridad ganada en el trayecto, indica que su tarea ya no es la de ubicarse en la palestra política como los eternos dirigentes de otras organizaciones donde no existe renovación. Ahora es importante para ella contribuir en el consejo de mayores de la ECUARUNARI y desde ahí acompañar a las nuevas generaciones apuntando a la conducción colectiva, un principio del ayllu. Una conducción entre jóvenes y mayores en diálogo permanente.

Señala que es necesario poner atención al trabajo interno así como en los 70 y 80. Analizar los valores, los principios sobre los cuales se plantean las propuestas y sus contenidos para que no se debilite la filosofía. Retomar la memoria histórica del movimiento indígena y sus aportes. Pasar de la demanda y el reclamo al cómo se construye y a la comprensión de las implicaciones del Sumak Kawsay y del Estado PlurinacionalEntender los códigos culturales que están en el idioma y recoger nuevamente el significado de la chacana como un código matemático, geométrico, político y filosófico. Sin dejar de lado el reconocimiento explícito de las autoridades comunitarias y de la necesidad de establecer un nuevo modelo de Estado.

Que no estemos como una suma de individuos sino que afirmemos nuestra continuidad histórica como pueblos. Que podamos decir somos un autogobierno de los pueblos indígenas. Tener una conciencia y difundirla, seamos urbanos o rurales.  Que sepamos quienes somos para exigir territorios y elegir autoridades indígenas más allá de la filiación. Esa es mi esperanza ahora” menciona, mientras ubica su mirada en el horizonte, entre las montañas y la neblina espesa que aparece por la ventana del sitio que ha visto en sus sueños. En el punto más alto de Caspigasi.


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miércoles, 4 de marzo de 2015

Blanca Chancoso: una esperanza para su pueblo


Educadora de vocación y abogada hecha en la práctica. Fundadora de la FICI en el 74 y cofundadora de la CONAIE en los 80. Actualmente colabora en el espacio de mujeres en la Ecuarunari. 




Por: Elena Vásconez

El cabello recogido con una fachalina, utilizada comúnmente por las mujeres cotacacheñas, deja al descubierto su rostro. Blanca es una mujer de buen carácter. La vida le regaló un espíritu de lucha forjado al calor de momentos decisivos desde la juventud. Sencilla, tranquila y de mirada resplandeciente, es una destacada dirigenta indígena que salió del pueblo y se formó en el entregándose por entero al sostenimiento de procesos organizativos de base ligados al Movimiento Indígena del Ecuador.  

Sus ojos negros de capulí, despejados y sabios, permiten entrever el ímpetu de las montañas y las flores de colores que, luego de ser acarreadas por el viento, le adornan la vestimenta. El tiempo no ha pasado por ella, a sus 60 años, las razones para continuar confiada y poderosa abundan, permanecen. 

En la sede de la Ecuarunari me recibe, sabe que le haré una entrevista. Que distintas se ven, se escuchan y se sienten las personas en directo. Blanca es calma, sosiego, regocijo, firmeza. Su expresión es clara, directa, descomplicada y sin poses, da cuenta de su generosidad. Sin problema comparte vivencias, igual que cuando se desempolva un diario personal o el álbum de fotos que se creía olvidado en alguna parte de la casa.

Mientras detalla tal o cual suceso por más pequeño que sea, su oficina, un tanto fría y lejana, se convierte, de a poco, en el espacio cálido y sentido donde nos encontramos. No todos tienen la capacidad para trasladarnos mediante la buena conversa, justamente, al lugar donde suceden los hechos, ella sí. El campo abierto, las tardes de sol, los animales y los juegos de la infancia. En el ambiente se percibe un apego cariñoso a lo comunitario.

Al final, caminamos juntas por la memoria de cada sitio descrito.


El papel de la abuela y la urgencia de libertad:


“Mi padre quiso que yo sea diferente. No hacienda, no servidumbre, no de doméstica” afirma Blanca y su mirada se remonta a los recuerdos de una niñez que le imprimió en el corazón la urgencia de libertad, cuando apenas pronunciaba las primeras sílabas. En el pueblito de Cotacachi, provincia de Imbabura, crece y aprende desde pequeña a sobrellevar, sin lágrimas ni resentimientos, el peso de ser “india”.

Hija de un albañil dedicado a este oficio, más bien, para romper con la tradición de jornalero agrícola y la dependencia al hacendado, fue una de las primeras niñas indígenas que culminó la escuela con destacados logros pese al poco reconocimiento y a varios episodios de discriminación y racismo. “En la escuela a lo mucho podíamos ser escoltas, nunca abanderadas” señala.

En la ciudad, el nivel forzado en medio del cual se desarrollaba el convivir intercultural hacía hostil su relación con lo mestizo pero, a la vez, le abría puertas debido a su inteligentencia y perspicacia. Aunque sus padres eran migrantes y aunque ella misma no nació en una comunidad, sus tíos maternos, radicados en La Calera, sembraron en Blanca la semilla de la vida comunitaria. Con ellos pudo disfrutar de un amor familiar y sincero. Cuenta que compartir esos instantes benditos fue una suerte y agradece a la Pacha Mama por eso. Entre risas reconoce: “Me gustaba dormir en la choza cuidando a los chivos, junto con mis primos”. Imágenes de ese tiempo regresan a su mente ratificando que la conciencia reacciona de un chispaso a partir de la vivencia propia. Algo que conoció de cerca.

En esta etapa, la presencia de la abuela se tornó fundamental. ¿Por qué la abuela? Le digo. “Parece que fui una esperanza para ella, ahora lo entiendo. Cada día, al regresar de la escuela, me preguntaba con premura e ilusión si ya podía leer. Enséñanos tu cuaderno o qué dice aquí, señalaba, adelantándose a mis avances aunque solo tenía 6 años”. En una familia donde todos eran analfabetos se hacía indispensable que alguien se convirtiera, más que en un orgullo, en una esperanza. Asegura que de su abuela “una Yachak de verdad” retoma el mejor ejemplo, el de acompañar incondicionalmente a la comunidad y a su gente.

La revuelta estudiantil y el inicio del despertar:


Concluida la formación escolar, Blanca gana una beca para cursar sus estudios secundarios en un colegio normalista con modalidad de internado. A través de esta experiencia conoció a jóvenes de distintas edades provenientes de todo el país. La aceptación de diferentes costumbres y maneras de ser era señal de que el reconocimiento al otro, en igualdad de condiciones, nunca le fue complicado.

Dice que en los primeros años de colegio las huelgas estudiantiles destinadas a conseguir mejoras educativas eran el pan de cada día. Ella participó de estos acontecimientos solidarizándose con sus compañeras y compañeros, inclusive, en cierta ocasión vivió de cerca un desalojo. Aquel día, después de una toma estudiantil pacífica efectuada en las instalaciones del centro educativo, los militares, en respuesta, rodearon el área desalojando por la fuerza a dirigentes y alumnos. Se rumoraba que los líderes cabecillas habían sido llevados en helicóptero siendo arrojados al vacío.

Los eventos suscitados en el internado fueron mucho más determinantes en la adolescencia de Blanca que la relación con sus padres. La rebeldía y el sentido de justicia se gestaban sin hacer aspavientos apoyándose en las enseñanzas de los maestros quienes promovían el nacimiento de nuevos liderazgos juveniles.

Poco antes de graduarse, durante el tiempo de práctica docente, junto con sus compañeros, impulsó la alfabetización en comunidades y apoyó la organización de asociaciones agrícolas incentivando la defensa de los derechos de los trabajadores jornaleros. Como era de esperarse estas acciones provocaron repudio en los hacendados.

Ni las iras ajenas ni el coraje de los poderosos han sido impedimentos. Conformó además un grupo juvenil de danza para acercarse a la gente “no queríamos ir a dar discursos en la comunidad sino a demostrar la vida y la cultura” asevera. Ella le dio a su vida un valor, un sentido que le permitió mirarse en los demás. Así empezó todo.

La vida profesional y el proceso organizativo como opción  de vida:


Blanca compartió los primeros años de su vida docente con las niñas y niños, poniendo en práctica los fundamentos de la educación liberadora. A los 18 dirigió una escuela piloto cerca de Otavalo. En dicho lugar, desde muy temprano, recorría la comuna de casa en casa motivando la asistencia de sus estudiantes y, de paso, dando solución a problemáticas cotidianas.  

“Yo era la profesora más guagua. Cada que me veían llegar los niños gritaban felices ya viene la señorita, ya viene la señorita. Una vez, un padre de familia, casi en mi delante le dijo a su hijo ¿Cuál señorita? ¿Dónde está pues la señorita? Fuera señorita si usara zapatos y otra ropa. No es señorita, es india, longa igual a nosotros”. Las habladurías no eran trascendentes porque los hechos inundaban las palabras.

Pronto, su esfuerzo y dedicación se extendió por fuera del aula. Comentarios como “la compañera Blanca por aquí, la compañera Blanca por allá. Que venga a ayudar a resolver los juicios en mí comunidad. Que venga a la escuela a ver a los niños porque la extrañan, pero también que ayude en el cabildo” desbordaron su energía. A pesar de ello, jamás dejó de colaborar y acompañar siguiendo el legado “algunas veces de líder y otras de soldado” precisa.

El proceso de base emprendido por Blanca se caracterizó por un sinnúmero de logros, entre ellos, la constitución de cabildos indígenas con autoridades comunitarias propias, aportes en su formación, asesoramiento legal desde la visión indígena, sobre todo, en juicios de tierras y resolución de conflictos. Rápidamente, maestros y maestras, jóvenes y conocidos empezaron a reunirse con más y más frecuencia para tratar temas de interés común. Ya no eran 15, eran 40 y hasta 80. La peluquería y el parque no bastaban. Cada comunidad exponía los mecanismos utilizados en tanto salidas orientadas a enfrentar situaciones amenazantes en sus entornos inmediatos. Aquello era una contribución que revalorizaba las capacidades propias y la unión. No obstante, había que avanzar.

Es así como en el 74 se funda la FICI con el liderazgo de Blanca y sus compañeros de lucha. Aclara que en sus inicios la Federación luchó contra los diezmosy primicias mantenidos por la iglesia, hasta su erradicación. El costo fue alto. “Teníamos en contra a las autoridades de la iglesia que nos tildaban de comunistas y desde el púlpito, en las misas, nos satanizaban llamando a los indígenas de las comunas a no recibirnos porque estábamos en contra Dios por oponernos a esos pagos”.

El álbum de la vida se compone de cosas que no se borran con facilidad. En este punto, narra las amenazas e insultos que recibió por actuar en favor de su pueblo. Acusada de comunista, un día, en medio de un camino desolado, fue sorprendida por alguien que le apuntó a la cara con un arma. Ella no tuvo miedo y lo enfrentó. El destino le ofrecía un amplio recorrido de servicio. De ninguna manera podía irse.

Como no siempre se tiene todo lo que se quiere, Blanca debió decidir una vez más. Si bien, se sintió obligada a elegir entre los niños/as o la organización, su profunda fe en el otro le hizo confiar en la labor comprometida de sus compañeros/as educadores. Entonces optó por otra forma de construir cambios significativos desde la militancia y la organización.

Desde entonces hasta ahora no ha descansado.

Blanca hoy:


De regreso al presente, Blanca llega a una sola conclusión. “La organización nos ayudó a valorarnos porque puso sobre el tapete las capacidades que teníamos. Una vez discutí con una maestra que decía que el Ecuador era subdesarrollado por culpa de los indígenas, yo le dije, al contrario, vive por nosotros. Como que da más coraje para demostrar las voluntades políticas y cambiar el país sin recibir migajas o las sobras. Descubrimos de los derechos que teníamos, cuando pasábamos malos momentos decíamos que de pronto era mejor no tener conciencia pero cuando uno descubre dice no. No tengo por qué callar”.

Manifiesta que, actualmente, debe distribuir sus tiempos entre la maternidad (que no ha sido nada fácil para ella al ocuparse sola de la crianza de su hijo siendo lideresa social) y el acompañamiento al proceso. Su tarea no ha concluido con un período dirigencial y lo demuestra ahora. “Cuando se es de principios los objetivos no se acaban después de la dirigencia, estos se quedan para siempre” reitera.

¿Qué sueña su corazón ahora? Le pregunto. Con un hondo suspiro contesta: “Deseo que retomemos el camino de la libertad. Quiero que mi pueblo sea libre en el marco de la complementariedad. Eso quiere decir que seamos hombre y mujer, caminar juntos. Con los dos pies se camina, con las dos manos se lava la cara, con los dos ojos se mira porque están en un solo cuerpo”.