miércoles, 4 de marzo de 2015

Blanca Chancoso: una esperanza para su pueblo


Educadora de vocación y abogada hecha en la práctica. Fundadora de la FICI en el 74 y cofundadora de la CONAIE en los 80. Actualmente colabora en el espacio de mujeres en la Ecuarunari. 




Por: Elena Vásconez

El cabello recogido con una fachalina, utilizada comúnmente por las mujeres cotacacheñas, deja al descubierto su rostro. Blanca es una mujer de buen carácter. La vida le regaló un espíritu de lucha forjado al calor de momentos decisivos desde la juventud. Sencilla, tranquila y de mirada resplandeciente, es una destacada dirigenta indígena que salió del pueblo y se formó en el entregándose por entero al sostenimiento de procesos organizativos de base ligados al Movimiento Indígena del Ecuador.  

Sus ojos negros de capulí, despejados y sabios, permiten entrever el ímpetu de las montañas y las flores de colores que, luego de ser acarreadas por el viento, le adornan la vestimenta. El tiempo no ha pasado por ella, a sus 60 años, las razones para continuar confiada y poderosa abundan, permanecen. 

En la sede de la Ecuarunari me recibe, sabe que le haré una entrevista. Que distintas se ven, se escuchan y se sienten las personas en directo. Blanca es calma, sosiego, regocijo, firmeza. Su expresión es clara, directa, descomplicada y sin poses, da cuenta de su generosidad. Sin problema comparte vivencias, igual que cuando se desempolva un diario personal o el álbum de fotos que se creía olvidado en alguna parte de la casa.

Mientras detalla tal o cual suceso por más pequeño que sea, su oficina, un tanto fría y lejana, se convierte, de a poco, en el espacio cálido y sentido donde nos encontramos. No todos tienen la capacidad para trasladarnos mediante la buena conversa, justamente, al lugar donde suceden los hechos, ella sí. El campo abierto, las tardes de sol, los animales y los juegos de la infancia. En el ambiente se percibe un apego cariñoso a lo comunitario.

Al final, caminamos juntas por la memoria de cada sitio descrito.


El papel de la abuela y la urgencia de libertad:


“Mi padre quiso que yo sea diferente. No hacienda, no servidumbre, no de doméstica” afirma Blanca y su mirada se remonta a los recuerdos de una niñez que le imprimió en el corazón la urgencia de libertad, cuando apenas pronunciaba las primeras sílabas. En el pueblito de Cotacachi, provincia de Imbabura, crece y aprende desde pequeña a sobrellevar, sin lágrimas ni resentimientos, el peso de ser “india”.

Hija de un albañil dedicado a este oficio, más bien, para romper con la tradición de jornalero agrícola y la dependencia al hacendado, fue una de las primeras niñas indígenas que culminó la escuela con destacados logros pese al poco reconocimiento y a varios episodios de discriminación y racismo. “En la escuela a lo mucho podíamos ser escoltas, nunca abanderadas” señala.

En la ciudad, el nivel forzado en medio del cual se desarrollaba el convivir intercultural hacía hostil su relación con lo mestizo pero, a la vez, le abría puertas debido a su inteligentencia y perspicacia. Aunque sus padres eran migrantes y aunque ella misma no nació en una comunidad, sus tíos maternos, radicados en La Calera, sembraron en Blanca la semilla de la vida comunitaria. Con ellos pudo disfrutar de un amor familiar y sincero. Cuenta que compartir esos instantes benditos fue una suerte y agradece a la Pacha Mama por eso. Entre risas reconoce: “Me gustaba dormir en la choza cuidando a los chivos, junto con mis primos”. Imágenes de ese tiempo regresan a su mente ratificando que la conciencia reacciona de un chispaso a partir de la vivencia propia. Algo que conoció de cerca.

En esta etapa, la presencia de la abuela se tornó fundamental. ¿Por qué la abuela? Le digo. “Parece que fui una esperanza para ella, ahora lo entiendo. Cada día, al regresar de la escuela, me preguntaba con premura e ilusión si ya podía leer. Enséñanos tu cuaderno o qué dice aquí, señalaba, adelantándose a mis avances aunque solo tenía 6 años”. En una familia donde todos eran analfabetos se hacía indispensable que alguien se convirtiera, más que en un orgullo, en una esperanza. Asegura que de su abuela “una Yachak de verdad” retoma el mejor ejemplo, el de acompañar incondicionalmente a la comunidad y a su gente.

La revuelta estudiantil y el inicio del despertar:


Concluida la formación escolar, Blanca gana una beca para cursar sus estudios secundarios en un colegio normalista con modalidad de internado. A través de esta experiencia conoció a jóvenes de distintas edades provenientes de todo el país. La aceptación de diferentes costumbres y maneras de ser era señal de que el reconocimiento al otro, en igualdad de condiciones, nunca le fue complicado.

Dice que en los primeros años de colegio las huelgas estudiantiles destinadas a conseguir mejoras educativas eran el pan de cada día. Ella participó de estos acontecimientos solidarizándose con sus compañeras y compañeros, inclusive, en cierta ocasión vivió de cerca un desalojo. Aquel día, después de una toma estudiantil pacífica efectuada en las instalaciones del centro educativo, los militares, en respuesta, rodearon el área desalojando por la fuerza a dirigentes y alumnos. Se rumoraba que los líderes cabecillas habían sido llevados en helicóptero siendo arrojados al vacío.

Los eventos suscitados en el internado fueron mucho más determinantes en la adolescencia de Blanca que la relación con sus padres. La rebeldía y el sentido de justicia se gestaban sin hacer aspavientos apoyándose en las enseñanzas de los maestros quienes promovían el nacimiento de nuevos liderazgos juveniles.

Poco antes de graduarse, durante el tiempo de práctica docente, junto con sus compañeros, impulsó la alfabetización en comunidades y apoyó la organización de asociaciones agrícolas incentivando la defensa de los derechos de los trabajadores jornaleros. Como era de esperarse estas acciones provocaron repudio en los hacendados.

Ni las iras ajenas ni el coraje de los poderosos han sido impedimentos. Conformó además un grupo juvenil de danza para acercarse a la gente “no queríamos ir a dar discursos en la comunidad sino a demostrar la vida y la cultura” asevera. Ella le dio a su vida un valor, un sentido que le permitió mirarse en los demás. Así empezó todo.

La vida profesional y el proceso organizativo como opción  de vida:


Blanca compartió los primeros años de su vida docente con las niñas y niños, poniendo en práctica los fundamentos de la educación liberadora. A los 18 dirigió una escuela piloto cerca de Otavalo. En dicho lugar, desde muy temprano, recorría la comuna de casa en casa motivando la asistencia de sus estudiantes y, de paso, dando solución a problemáticas cotidianas.  

“Yo era la profesora más guagua. Cada que me veían llegar los niños gritaban felices ya viene la señorita, ya viene la señorita. Una vez, un padre de familia, casi en mi delante le dijo a su hijo ¿Cuál señorita? ¿Dónde está pues la señorita? Fuera señorita si usara zapatos y otra ropa. No es señorita, es india, longa igual a nosotros”. Las habladurías no eran trascendentes porque los hechos inundaban las palabras.

Pronto, su esfuerzo y dedicación se extendió por fuera del aula. Comentarios como “la compañera Blanca por aquí, la compañera Blanca por allá. Que venga a ayudar a resolver los juicios en mí comunidad. Que venga a la escuela a ver a los niños porque la extrañan, pero también que ayude en el cabildo” desbordaron su energía. A pesar de ello, jamás dejó de colaborar y acompañar siguiendo el legado “algunas veces de líder y otras de soldado” precisa.

El proceso de base emprendido por Blanca se caracterizó por un sinnúmero de logros, entre ellos, la constitución de cabildos indígenas con autoridades comunitarias propias, aportes en su formación, asesoramiento legal desde la visión indígena, sobre todo, en juicios de tierras y resolución de conflictos. Rápidamente, maestros y maestras, jóvenes y conocidos empezaron a reunirse con más y más frecuencia para tratar temas de interés común. Ya no eran 15, eran 40 y hasta 80. La peluquería y el parque no bastaban. Cada comunidad exponía los mecanismos utilizados en tanto salidas orientadas a enfrentar situaciones amenazantes en sus entornos inmediatos. Aquello era una contribución que revalorizaba las capacidades propias y la unión. No obstante, había que avanzar.

Es así como en el 74 se funda la FICI con el liderazgo de Blanca y sus compañeros de lucha. Aclara que en sus inicios la Federación luchó contra los diezmosy primicias mantenidos por la iglesia, hasta su erradicación. El costo fue alto. “Teníamos en contra a las autoridades de la iglesia que nos tildaban de comunistas y desde el púlpito, en las misas, nos satanizaban llamando a los indígenas de las comunas a no recibirnos porque estábamos en contra Dios por oponernos a esos pagos”.

El álbum de la vida se compone de cosas que no se borran con facilidad. En este punto, narra las amenazas e insultos que recibió por actuar en favor de su pueblo. Acusada de comunista, un día, en medio de un camino desolado, fue sorprendida por alguien que le apuntó a la cara con un arma. Ella no tuvo miedo y lo enfrentó. El destino le ofrecía un amplio recorrido de servicio. De ninguna manera podía irse.

Como no siempre se tiene todo lo que se quiere, Blanca debió decidir una vez más. Si bien, se sintió obligada a elegir entre los niños/as o la organización, su profunda fe en el otro le hizo confiar en la labor comprometida de sus compañeros/as educadores. Entonces optó por otra forma de construir cambios significativos desde la militancia y la organización.

Desde entonces hasta ahora no ha descansado.

Blanca hoy:


De regreso al presente, Blanca llega a una sola conclusión. “La organización nos ayudó a valorarnos porque puso sobre el tapete las capacidades que teníamos. Una vez discutí con una maestra que decía que el Ecuador era subdesarrollado por culpa de los indígenas, yo le dije, al contrario, vive por nosotros. Como que da más coraje para demostrar las voluntades políticas y cambiar el país sin recibir migajas o las sobras. Descubrimos de los derechos que teníamos, cuando pasábamos malos momentos decíamos que de pronto era mejor no tener conciencia pero cuando uno descubre dice no. No tengo por qué callar”.

Manifiesta que, actualmente, debe distribuir sus tiempos entre la maternidad (que no ha sido nada fácil para ella al ocuparse sola de la crianza de su hijo siendo lideresa social) y el acompañamiento al proceso. Su tarea no ha concluido con un período dirigencial y lo demuestra ahora. “Cuando se es de principios los objetivos no se acaban después de la dirigencia, estos se quedan para siempre” reitera.

¿Qué sueña su corazón ahora? Le pregunto. Con un hondo suspiro contesta: “Deseo que retomemos el camino de la libertad. Quiero que mi pueblo sea libre en el marco de la complementariedad. Eso quiere decir que seamos hombre y mujer, caminar juntos. Con los dos pies se camina, con las dos manos se lava la cara, con los dos ojos se mira porque están en un solo cuerpo”.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario