Educadora de vocación y abogada hecha en la práctica. Fundadora de la FICI en el 74 y cofundadora de la CONAIE en los 80. Actualmente colabora en el espacio de mujeres en la Ecuarunari.
Por: Elena Vásconez
El cabello recogido
con una fachalina, utilizada
comúnmente por las mujeres cotacacheñas, deja al descubierto su rostro. Blanca
es una mujer de buen carácter. La vida le regaló un espíritu de lucha forjado al
calor de momentos decisivos desde la juventud. Sencilla, tranquila y de mirada
resplandeciente, es una destacada dirigenta indígena que salió del pueblo y se formó en el entregándose por entero al sostenimiento de procesos organizativos de
base ligados al Movimiento Indígena del Ecuador.
Sus ojos negros de
capulí, despejados y sabios, permiten entrever el ímpetu de las montañas y las
flores de colores que, luego de ser acarreadas por el viento, le adornan la
vestimenta. El tiempo no ha pasado por ella, a sus 60 años, las razones para
continuar confiada y poderosa abundan, permanecen.
En la sede de la Ecuarunari me recibe, sabe que le haré una
entrevista. Que distintas se ven, se escuchan y se sienten las personas en
directo. Blanca es calma, sosiego, regocijo, firmeza. Su expresión es clara,
directa, descomplicada y sin poses, da cuenta de su generosidad. Sin problema
comparte vivencias, igual que cuando se desempolva un diario personal o el
álbum de fotos que se creía olvidado en alguna parte de la casa.
Mientras detalla tal
o cual suceso por más pequeño que sea, su oficina, un tanto fría y lejana, se convierte,
de a poco, en el espacio cálido y sentido donde nos encontramos. No todos tienen
la capacidad para trasladarnos mediante la buena conversa, justamente, al lugar
donde suceden los hechos, ella sí. El campo abierto, las tardes de sol, los
animales y los juegos de la infancia. En el ambiente se percibe un apego
cariñoso a lo comunitario.
Al final, caminamos
juntas por la memoria de cada sitio descrito.
El
papel de la abuela y la urgencia de libertad:
El papel de la abuela y la urgencia de libertad:
“Mi padre quiso que
yo sea diferente. No hacienda, no servidumbre, no de doméstica” afirma Blanca y
su mirada se remonta a los recuerdos de una niñez que le imprimió en el corazón
la urgencia de libertad, cuando apenas pronunciaba las primeras sílabas. En el
pueblito de Cotacachi, provincia de Imbabura, crece y aprende desde pequeña a
sobrellevar, sin lágrimas ni resentimientos, el peso de ser “india”.
Hija de un albañil
dedicado a este oficio, más bien, para romper con la tradición de jornalero
agrícola y la dependencia al hacendado, fue una de las primeras niñas indígenas
que culminó la escuela con destacados logros pese al poco reconocimiento y a
varios episodios de discriminación y racismo. “En la escuela a lo mucho
podíamos ser escoltas, nunca abanderadas” señala.
En la ciudad, el
nivel forzado en medio del cual se desarrollaba el convivir intercultural hacía
hostil su relación con lo mestizo pero, a la vez, le abría puertas debido a su
inteligentencia y perspicacia. Aunque sus padres eran migrantes y aunque ella
misma no nació en una comunidad, sus tíos maternos, radicados en La Calera, sembraron en Blanca la semilla
de la vida comunitaria. Con ellos pudo disfrutar de un amor familiar y sincero.
Cuenta que compartir esos instantes benditos fue una suerte y agradece a la Pacha Mama por eso. Entre risas reconoce: “Me
gustaba dormir en la choza cuidando a los chivos, junto con mis primos”. Imágenes
de ese tiempo regresan a su mente ratificando que la conciencia reacciona de un chispaso a
partir de la vivencia propia. Algo que conoció de cerca.
En esta etapa, la presencia
de la abuela se tornó fundamental. ¿Por qué la abuela? Le digo. “Parece que fui
una esperanza para ella, ahora lo entiendo. Cada día, al regresar de la
escuela, me preguntaba con premura e ilusión si ya podía leer. Enséñanos tu
cuaderno o qué dice aquí, señalaba, adelantándose a mis avances aunque solo
tenía 6 años”. En una familia donde todos eran analfabetos se hacía
indispensable que alguien se convirtiera, más que en un orgullo, en una
esperanza. Asegura que de su abuela “una Yachak de
verdad” retoma el mejor ejemplo, el de acompañar incondicionalmente a la
comunidad y a su gente.
La revuelta estudiantil y el inicio del despertar:
Concluida la formación
escolar, Blanca gana una beca para cursar sus estudios secundarios en un
colegio normalista con modalidad de internado. A través de esta experiencia
conoció a jóvenes de distintas edades provenientes de todo el país. La
aceptación de diferentes costumbres y maneras de ser era señal de que el
reconocimiento al otro, en igualdad de condiciones, nunca le fue complicado.
Dice que en los
primeros años de colegio las huelgas estudiantiles destinadas a conseguir
mejoras educativas eran el pan de cada día. Ella participó de estos
acontecimientos solidarizándose con sus compañeras y compañeros, inclusive, en
cierta ocasión vivió de cerca un desalojo. Aquel día, después de una toma estudiantil
pacífica efectuada en las instalaciones del centro educativo, los militares, en
respuesta, rodearon el área desalojando por la fuerza a dirigentes y alumnos.
Se rumoraba que los líderes cabecillas habían sido llevados en helicóptero
siendo arrojados al vacío.
Los eventos
suscitados en el internado fueron mucho más determinantes en la adolescencia de
Blanca que la relación con sus padres. La rebeldía y el sentido de justicia se
gestaban sin hacer aspavientos apoyándose en las enseñanzas de los maestros
quienes promovían el nacimiento de nuevos liderazgos juveniles.
Poco antes de
graduarse, durante el tiempo de práctica docente, junto con sus compañeros,
impulsó la alfabetización en
comunidades y apoyó la organización de asociaciones agrícolas incentivando la defensa de los derechos de los trabajadores jornaleros. Como era de esperarse
estas acciones provocaron repudio en los hacendados.
Ni las iras ajenas ni
el coraje de los poderosos han sido impedimentos. Conformó además un grupo
juvenil de danza para acercarse a la gente “no queríamos ir a dar discursos en
la comunidad sino a demostrar la vida y la cultura” asevera. Ella le dio a su
vida un valor, un sentido que le permitió mirarse en los demás.
Así empezó todo.
La vida profesional y el proceso organizativo como opción de vida:
Blanca compartió los
primeros años de su vida docente con las niñas y niños, poniendo en práctica los
fundamentos de la educación liberadora. A los 18 dirigió una escuela piloto
cerca de Otavalo. En dicho lugar,
desde muy temprano, recorría la comuna de casa en casa motivando la asistencia
de sus estudiantes y, de paso, dando solución a problemáticas cotidianas.
“Yo era la profesora
más guagua. Cada que me veían llegar los niños gritaban felices ya viene la
señorita, ya viene la señorita. Una vez, un padre de familia, casi en mi
delante le dijo a su hijo ¿Cuál señorita? ¿Dónde está pues la señorita? Fuera
señorita si usara zapatos y otra ropa. No es señorita, es india, longa igual a
nosotros”. Las habladurías no eran trascendentes porque los hechos inundaban
las palabras.
Pronto, su esfuerzo y
dedicación se extendió por fuera del aula. Comentarios como “la compañera
Blanca por aquí, la compañera Blanca por allá. Que venga a ayudar a resolver
los juicios en mí comunidad. Que venga a la escuela a ver a los niños porque la
extrañan, pero también que ayude en el cabildo” desbordaron su energía. A pesar
de ello, jamás dejó de colaborar y acompañar siguiendo el legado “algunas veces
de líder y otras de soldado” precisa.
El proceso de base
emprendido por Blanca se caracterizó por un sinnúmero de logros, entre ellos,
la constitución de cabildos indígenas con
autoridades comunitarias propias, aportes en su formación, asesoramiento legal
desde la visión indígena, sobre todo, en juicios de tierras y resolución de
conflictos. Rápidamente, maestros y maestras, jóvenes y conocidos empezaron a
reunirse con más y más frecuencia para tratar temas de interés común. Ya no
eran 15, eran 40 y hasta 80. La peluquería y el parque no bastaban. Cada comunidad
exponía los mecanismos utilizados en tanto salidas orientadas a enfrentar
situaciones amenazantes en sus entornos inmediatos. Aquello era una
contribución que revalorizaba las capacidades propias y la unión. No obstante,
había que avanzar.
Es así como en el 74
se funda la FICI con el liderazgo de Blanca
y sus compañeros de lucha. Aclara que en sus inicios la Federación luchó contra los diezmosy primicias mantenidos por la iglesia, hasta su erradicación. El costo fue alto. “Teníamos
en contra a las autoridades de la iglesia que nos tildaban de comunistas y desde el púlpito, en las misas, nos satanizaban
llamando a los indígenas de las comunas a no recibirnos porque estábamos en contra
Dios por oponernos a esos pagos”.
El álbum de la vida
se compone de cosas que no se borran con facilidad. En este punto, narra las
amenazas e insultos que recibió por actuar en favor de su pueblo. Acusada de
comunista, un día, en medio de un camino desolado, fue sorprendida por alguien
que le apuntó a la cara con un arma. Ella no tuvo miedo y lo enfrentó. El
destino le ofrecía un amplio recorrido de servicio. De ninguna manera podía
irse.
Como no siempre se
tiene todo lo que se quiere, Blanca debió decidir una vez más. Si bien, se
sintió obligada a elegir entre los niños/as o la organización, su profunda fe
en el otro le hizo confiar en la labor comprometida de sus compañeros/as
educadores. Entonces optó por otra forma de construir cambios significativos
desde la militancia y la organización.
Desde entonces hasta ahora no ha descansado.
Blanca hoy:
De regreso al
presente, Blanca llega a una sola conclusión. “La organización nos ayudó a
valorarnos porque puso sobre el tapete las capacidades que teníamos. Una vez
discutí con una maestra que decía que el Ecuador era subdesarrollado por culpa
de los indígenas, yo le dije, al contrario, vive por nosotros. Como que da más
coraje para demostrar las voluntades políticas y cambiar el país sin recibir
migajas o las sobras. Descubrimos de los derechos que
teníamos, cuando pasábamos malos momentos decíamos que de pronto era mejor no
tener conciencia pero cuando uno descubre dice no. No tengo por qué callar”.
Manifiesta que,
actualmente, debe distribuir sus tiempos entre la maternidad (que no ha sido
nada fácil para ella al ocuparse sola de la crianza de su hijo siendo lideresa
social) y el acompañamiento al proceso. Su tarea no ha concluido con un período
dirigencial y lo demuestra ahora. “Cuando se es de principios los objetivos no
se acaban después de la dirigencia, estos se quedan para siempre” reitera.
¿Qué sueña su corazón
ahora? Le pregunto. Con un hondo suspiro contesta: “Deseo que retomemos el
camino de la libertad. Quiero que mi pueblo sea libre en el marco de la
complementariedad. Eso quiere decir que seamos hombre y mujer, caminar juntos.
Con los dos pies se camina, con las dos manos se lava la cara, con los dos ojos
se mira porque están en un solo cuerpo”.
Blanca es sabia y
noble, no se guarda nada que no pueda
devolver las ganas de soñar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario