martes, 15 de septiembre de 2015

La clase que se convirtió en un medio digital



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Por Elena Vásconez (Doris Pinos C.)


El aula de clase se esfumó por unas horas y la pizarra de tiza líquida pasó a ser el lugar idóneo para el esbozo de la planificación de un medio digital. Lo más interesante en el proceso de enseñanza-aprendizaje es experimentar el conocimiento y aprehenderlo a través de lo que es posible constuir con el otro. ¿Cómo funciona un medio digital?  Para quienes no hemos trabajado directamente en uno, la clase fue una oportunidad de descubrimiento.


Terminada la parte teórica y explicativa del curso, con base en algunos ejemplos sobre las distintas etapas por las que debe atravesar un medio digital, durante todo el ciclo de producción informativa y desde su misma creación, el reto consistía en ponerlo a funcionar. Pensar en el concepto del medio nos tomó tiempo. Sin embargo, definimos en principio las líneas generales y los objetivos. ¿Qué podría plantearse si parece que ya todo se ha hecho desde el periodismo? La resuesta era fácil. No íbamos a inventar el agua tibia pero tampoco se debían descuidar los princpios de todo ejercicio conciente, de toda apuesta, más cuando está naciendo.

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Sobre una mesa de comedor se inició el debate. Primero lo primero, dijimos. En el grupo somos distintos y aquello, justamente, hace que fluya lo diverso. Ponernos de acuerdo llevó tiempo, quizá porque, hablando desde la experticia, en la cotidianeidad profesional nos desenvolvemos en áreas distintas. Con todo, salió a la luz un punto de convergencia: El gusto por las expresiones artísticas. 

De una lluvia de ideas se concluyó que lo que hacía falta en la web era una agenda cultural que recopilara, desde una mirada no institucional ni elitista, la biografía de personajes, los eventos, conciertos, lugares y actividades desarrolladas tras los bastidores de lo masivo, es decir, lo bizarro y escondido en Quito. Lo que no aparece en los medios tradicionales.De a poco la conversa de tornó interesante. “¿Qué entendemos por cultura?; ¿En quiénes se enfocaría la propuesta?; ¿Qué presentaríamos y cuál sería nuestro valor agregado?” eran algunas preguntas respondidas en colectivo. Al final, nuestro propósito central tuvo que ver con lo dicho. 

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Empezamos buscando un nombre para el medio. Durante algunas horas no se vieron resultados. Nos agradaba mucho “El florón” por el juego tradicional quiteño, pero luego acordamos hacer uso de “la otra agenda” puesto que facilitaría la búsqueda en google y claro, guardaba una mayor relación con lo planteado. Pensar en un identificativo tampoco fue como soplar y hacer botellas. Había que buscar un concepto, una intensión, un sentido.

Seguidamente, definimos cada paso estipulado en el flujo de proceso y las estrategias. Delimitamos los grupos internos de trabajo y las responsabilidades. Aprendimos que crear un medio digital y producir información implica la suma del esfuerzo personal y grupal. Entonces fue necesario ubicar las capacidades de cada uno y, de acuerdo a ello, los roles. Como ya nos conocemos, se postuló a cada compañera y/o compañero del grupo como responsable de cada área analizando su experiencia y afinidad. 

En la etapa del trabajo en clase lo más destacado fue la presentación continua de los avances y la retroalimentación. Metodológicamente, escuchar y dejarse escuchar brinda dos posibilidades. Primero, al conocer los trabajos de los otros logramos asimilar nuevas miradas. Segundo, recibimos sus comentarios para el mejoramiento de nuestro proyecto. Fue un ejercicio que contribuyó significativamente a la puesta en marcha de lo que nos propusimos.




Si bien los tiempos han cambiado, la esencia de la enseñanza en el aula debe estar apalancada en la cercanía del docente y en su postura ética en el saber acompañar. Observar, en medio de un aula tan moderna, el gesto amable y sencillo de una maestra cuya hoja de vida evidencia su experiencia académica, hizo que la calidez y el consejo, como en otros tiempos, estuvieran presentes a manera de guía. Asumiéndonos mutuamente desde lo que somos. Quizá en el recuerdo del tiempo escolar.

En otro orden, el trabajo de producción de contenidos, reportería y diseño continuó fuera del aula con matices interesantes. El énfasis de incorporar al proyecto las expresiones de lo urbano y sus culturas, pensadas no solo desde lo artístico sino como filosofía de vida e incluso como postura política, nos permitió, por un lado, re-definir el ejercicio periodístico en sí mismo a partir de la reorientación de su función social descubriendo nuevos mundos desde el reconocimiento del otro. Algo que, desde el inicio de la clase, fuera un principio integrador y trascendente, al menos para quienes apostamos por la consecución de un nuevo periodismo. Las cosas se aprenden desde el ser y hacer con los demás. 

jueves, 10 de septiembre de 2015

¿A quién no le ha pasado algo así en una institución educativa?





Por: Elena Vásconez.

Acto 1: Cada cierto tiempo hay que mandar al colegio 18 dólares para la compra de libros como "El primer amor"; "Ayúdanos a encontrarla" y otros. “Algunas madres, en secreto, afirman que, aunque a veces no se tiene, hay que sacar de dónde sea” y esa además es una constatación real. La ley asegura que la educación es gratuita y que están terminantemente prohibidos los cobros extras. Peor aún esconderlos bajo el nombre de “voluntario” cuando la intensión es redondear el sueldo con el mínimo esfuerzo y sin pensar en el bolsillo de los padres.


Acto 2: Con el pago de los servicios básicos, hasta hace poco, por un dólar más, se podían escoger un sinnúmero de obras de autores de la literatura ecuatoriana reconocidos por la Casa de la Cultura. Obras que incluían en sus páginas desde cuentos y novelas, hasta el peso de la pluma de grandes literatos quienes aportaban desde la palabra en la construcción de historia e identidad. Esos sí eran libros que nos hacían pensar y plantear preguntas.


El resultado: Silencio total. Temor a decir las cosas y temor a la represalia. Unos cuantos desubicados diciendo que no es un negociado sino la buena intensión de quien manda a comprar los libros como un favor para evitarles ese esfuerzo a los padres. Que no importa lo que los hijos lean sino que estén ocupados siquiera en algo mientras llegan del trabajo. Que hay que pagar no más para no quedar mal.
Sin embargo, este ha sido el argumento que se lleva la delantera: “el que quiera estudiar en este colegio que pague (pese a ser municipal), o sino que les saquen a los hijos de aquí y se vayan a un fiscal porque como este es un colegio de prestigio solo deben venir alumnos que tengan las condiciones económicas, incluso pensando en no bajarle la clase social a la institución”. Luchar por lo justo es un acto de valentía pero tiene un costo.

¿Qué es lo éticamente correcto si de por medio están los hijos? ¿Ejemplo o riesgo? La pulga vrs. El elefante. Indignación.

viernes, 29 de mayo de 2015

Para ella, el Día de la Madre se acabó


(Publicado en La barra espaciadora. 2015/05/10).

https://mavizu.files.wordpress.com

Por Doris Pinos C.*
Estela Salomé Gutiérrez prefiere no celebrar nunca más el Día de la Madre. La mujer de 45 años tiene cinco hijos y está segura de que mayo es un mes ingrato y doloroso. Pone mi mano en su pecho, toma aire y me pide que sienta cómo vibra el vacío en lo poco que le ha quedado de corazón. “Una caja sin nada tengo aquí”, me dice doña Estelita.
Un día de esos, el operativo antidrogas llegó a su casa justo cuando mariachis, hijos, amigos y conocidos cantaban para ella, a viva voz, todos tienen una madre, ninguna como la mía… “Sentí que me iba a morir cuando vi por la ventana de la cocina a unos tipo militares armados. Eran del GIR (Grupo de Intervención y Rescate). Se me nubló todo y lo siguiente que vi fue a ellos queriéndome arrancar de los brazos a mis hijos. Ellos, pobrecitos, no sabían lo que pasaba.Los tenía agarrados de mis piernas llorando y gritando: ‘¡Señores, no se lleven a mi mami!’. Pero, no hubo tiempo de nada. Hasta los mariachis se fueron con nosotros. Les encerraron casi tres días para investigaciones. En las noticias había dicho un ministro que tuvieron éxito. Pero la vida se acabó para mí ese día de mayo. Lo perdimos todo. Mi esposo está en el penal para 25 años por implicación con una red mundial de narcotráfico. Yo lo sabía todo pero no pude hacer nada. Nadie tiene por qué juzgar. Nadie sabe cuándo le puede pasar algo como esto. No hay que escupir al cielo porque le cae en la cara”.
Doña Estelita guarda, en una caja de madera adornada con flores, cartas llenas de garabatos infantiles y dibujos. Sentada sobre la tira de esponja a la que llama colchón, nos muestra –a Toña Ibarra y a mí– las fotos de sus hijos.Toña, que lleva 7 años encerrada por microtráfico de drogas, es su compañera de celda. A ella la encanaron por vender en la esquina de un mercado junto a sus dos hijos, uno de 3 años y otra de apenas 6 meses.
Como ya es hora de almuerzo, Toña parte en dos una presa de pollo pequeña, desabrida, grasienta, fría y casi cruda que le han dado en el rancho del día anterior. La coloca en otro plato de loza con rajaduras y la compartimos. Un poco de arroz por plato. Un pedazo de papa dura para cada una. El gesto.
***
Hacía ya algún tiempo que mis intentos por entrar al Centro de Rehabilitación Social Femenino de Quito (Crsfq), para hacer investigación de campo sobre las mujeres presas, se habían complicado. La imposibilidad de lograr acercamientos y la presión por utilizar más bien versiones oficiales sobre el estado situacional “favorable” de las internas, en medio de un sinnúmero de consejos, intrigas y recomendaciones de cuidado, ya me auguraban la dificultad. Algunos funcionarios del lugar ensayan calificativos para estigmatizar a las detenidas: “En la cárcel hay que tener mucho cuidado, varias de las que están aquí son peligrosas, se creen víctimas y siempre ven el lado negativo en todo. Son malagradecidas porque el Gobierno les apoya. Les encanta el vicio y no se quieren recuperar ni por amor a sus hijos. Son vagas,  mentirosas y siempre están entrando y saliendo de aquí por culpa de los maridos”. Afuera, las enormes y oscuras puertas de metal –además de inspirar una sensación de pequeñez e impotencia– son el muro divisorio entre dos mundos. Pero en este punto, los destinos invisibles y las historias olvidadas se juntan, revolviéndose en el trajinar cotidiano de familiares, abogados y policías. Tras las puertas, una vez realizada la requisa de pies a cabeza y la confiscación de objetos considerados sospechosos, dos o tres sellos en azul oscuro se aplastan fuertemente contra el antebrazo. Siglas, nombres y dibujos raros para evitar confusiones entre lo correcto y lo incorregible. “¡Listo, puede entrar!”, dicen las guardias.
Lo primero que salta a la vista en el patio, encima de los barrotes externos de las celdas de los pisos más altos, es la ropa colgada como banderines de una patria en libertad que está en otro sitio. De esas prendas chorrea agua con restos de jabón. “Peligrosas”. “Malagradecidas”. “Vagas y mentirosas”. ¿Qué significa ser una delincuente peligrosa? ¿Cuál es el sitio de lo seguro?
Huele a húmedo. Hace frío.
http://almomento.net

Aquella ocasión, las guardias de turno me recibieron menos molestas que de costumbre. A vísperas del Día de la Madre, el ambiente festivo también movía las fibras de las uniformadas. Una casual y amena conversa sobre lo difícil que es asumir la maternidad en soledad y el esfuerzo que implica el cuidado de los hijos copó nuestra atención. Risas, anécdotas, confesiones. El despiste me permitió entrar con todo y pertenencias.
Me habían recomendado ubicar a doña Estelita por ser la presidenta del Comité de Internas Mujeres Luchadoras, pero no pudimos encontrarnos, en principio. Ella estaba en alguna reunión, así que, mientras la esperaba, continué caminando. La cárcel parecía una acuarela de muchos colores: entre tanto recoveco sombrío, se asomaba un esfuerzo vital por representar la luz. El eco, el timbre y el volumen de sus voces; tonos y palabras para nombrar lo visible y lo que hay que inventarse para sortear el olvido; gestos duros y medio amorosos, a la vez; maquillaje, ojos y pestañas delineadas, torsos semidesnudos, trazos de entradas y salidas, tatuajes descoloridos, relatos violentos, cicatrices en la cara. Fisuras.
“Oiga, niña, ¿a quién le damos llamando? Diga, no más, cincuenta centavitos le cuesta”.
“A una de las nuevas le ha de venir a ver, porque esta no tiene cara de que le hayan cogido.”
Subí a uno de los pabellones. El corredor era oscuro. Las cortinas rojas, simples, lucían, no obstante, rigurosidad en la hechura de los moños. Al fondo, una imagen enorme de Jesús del Gran Poder crucificado daba la bienvenida. Todo se distorsionaba con el alto volumen del coro: Miénteme, engáñame, pero no me lastimes. Sácame la vuelta y si te vas, llévame contigo.
Con capacidad para 360 reclusas, en el Centro estaban hacinadas unas 500 mujeres, varias de ellas, con sus niños pequeños. Con recelo golpeé el candado contra la puerta de metal y salió una señora a preguntar qué quería. Durante unos minutos, con mi grabadora encendida, charlamos –si el vaivén de frases protocolarias se puede entender como una charla–. Casi a punto de salir del sitio, tres internas se acercaron: “¿Es de un medio de comunicación? Porque siempre hemos querido que vengan para decirles la verdad”. Quise responderles, pero el grito de una de ellas no me dio tiempo: “¡Vengan, vengan, ha venido una señorita de la radio y todas pueden hablar y mandar saludos a los hijos que están en las Españas y en otros países! ¡Llamen a todas!”.  En menos de cinco minutos, estaba rodeada de treinta mujeres con quienes nos acomodamos alrededor de una mesa de comedor. Lourdes y Rosa tomaron la posta. Solo hablarían quienes quisieran y respetando su turno. Por orden superior, ninguna tenía autorización para expresarse si antes su criterio no era escuchado y aprobado por las autoridades. Hacerlo significaba enfrentarse al aumento de la pena, el traslado a otros centros temidos por su peligrosidad o la suspensión de visitas durante largo tiempo.
“La basura vale más que nosotras”. “No hay agua para el aseo”. “El sistema sanitario está podrido”. “Dormimos cinco en un espacio diminuto y nos asfixiamos”…
Alguien preparaba algo de comer y otras cuidaban la puerta por si hacía su arribo inesperado la guardia de turno.
“Señor presidente, le invitamos a que nos visite no solo para pedir el voto sino para que vea cómo vivimos aquí sin nuestros hijos. Por lo que más quiera, ya no meta más gente en la cárcel”. “La mayoría de las que estamos aquí somos gente pobre y nos han cogido por arranchar una cartera”. “No somos víctimas. Aquí hay compañeras capaces, trabajadoras. Saben hacer desde manualidades y algunas hasta tienen profesión. Buscamos formas para ganarnos la vida porque afuera hay que mantener a los hijos”. “Si algo hemos hecho mal lo estamos pagando. Si hemos cometido un error, no por eso dejamos de ser personas”. “Aquí se aprende a ser solidarias cuando vemos que no hay quien les venga a dejar ni una pasta dental, y si alguien amaneció triste le vamos a ver aunque sea con un dulcecito”. ¡Aplausos!
Los sentimientos represados se descubrieron conforme afloró la confianza y la cercanía. Denuncias, iras, dolores, anhelos, recuerdos y sueños. Un expediente sucio como tus actos, como el asqueroso lugar de donde procedes por ser mujer, por ser pobre, madre sola, puta, ladrona y paquetera de la calle. El desprestigio, la mala madre, el mal ejemplo y la vergüenza de la sociedad. Permanecí en silencio. Cada palabra o gesto no podían sino taladrar la susceptibilidad y las entrañas de cualquier mortal por más fuerte que fuera. Un golpe bien dado en toda la cara diciendo: ¡despierta y deja la impavidez! ¡Un toletazo! Una patada con venganza en el bajo vientre. Un insulto. Una amenaza. Y toda esa emoción nos amortiguó. Tenía las piernas inmóviles y el entendimiento extraviado. Habían pasado varias horas cuando alguien entró corriendo para informarnos que las guardias estaban subiendo. Muy asustadas, todas se levantaron con el temor de que sus nombres fueran revelados en las grabaciones, pero ya era tarde. Mi presencia irrespetaba el horario de visitas, así que salí como pude. Una vez en el graderío, cuatro guías penitenciarias me tomaron por las muñecas, sacándome a empujones hasta la puerta principal. Su sorpresa al saber que se me había permitido la entrada con cartera, con un aparato de audio y el celular, fue grande. Se desplegó frente a mí un cerco policial y empezó el interrogatorio hostil, el jaloneo y la incómoda requisa. De inmediato, llamaron a la Directora del Centro. Me quitaron la grabadora para reproducir públicamente y en alto volumen el contenido de lo registrado. Ninguna explicación fue válida. Alguien dijo que la responsable de las internas estaba por acercarse a rendir declaraciones sobre lo que yo había hecho con las mujeres. Ella recibiría un castigo ejemplar por el descuido y quienes me permitieron la entrada, también. La angustia me paralizó.
***
De alguna parte salió una señora de mediana estatura, tez trigueña y cabello rizado. Lucía apurada, nerviosa y tan asustada como yo. Luego nos enfrentaron cara a cara, pero poco antes, ella se había puesto junto a mí. En escasos segundos de tenernos cerca le pude decir mi nombre. “No quiero perjudicar a nadie –alcancé a confesar, con disimulo–. Vine a conversar con ustedes, a escucharles”. La complicidad nos calmó el sudor. Nos miramos. Sus ojos transparentes tenían luz. Me dijo: “Yo no le conozco. Prométame que no va a poner en evidencia a las compañeras, porque habrá represalias. Deme su palabra”. Enseguida, ella argumentó que yo le había entregado un oficio con la aprobación de instancias superiores para el desarrollo de un trabajo de investigación. Luego, entramos todos a la oficina. El corazón se me detuvo cuando pusieron play. 3 horas o más de grabación empezaron a rodar ante los atentos oídos de policías, guías, autoridades y funcionarios: “Yo solo quiero decir a mis hijos que hagan caso a la abuelita, ella me los cuida. Que se le pide a Dios, además del perdón, la bendición para ellos aunque con lágrimas en los ojos”. “En este país es un delincuente el que roba una gallina. ¿Dónde están ahora los que se han robado la plata de todos los ecuatorianos? ¿No son ellos más delincuentes que nosotras? Para los platudos el delito de peculado y para nosotras el de robo”. “La justicia es invisible porque no se ve y no se aplica por igual”.
Luego de los testimonios de las reclusas, se reprodujo la primera entrevista que había hecho. Ese mismo vaivén de frases protocolarias que parecían no decir nada nos salvó y fuimos declaradas inocentes. Después de la absolución, la mujer a quien deseaba hacerle una entrevista me susurró una frase demostrando su lealtad y complicidad aun sin conocerme. Doña Estelita y yo nos conocimos así. Las cuatro paredes, las fotografías descoloridas de hijos, madres y familiares. El olor a perfume de a dólar, a hierba, a bazuco y fritura. Las enfermedades del alma y del cuerpo. El compartir la inhumanidad de la reclusión. La solidaridad, la unión y la defensa de una esperanza. Aferrarse a la vida como un acto de rebeldía. Ponerse en los zapatos de la compañera. Mirarse en ella. La crueldad, la miseria, la violencia, la muerte y el afecto enfrentados al extremo.
***
¿Qué quiere castigar la cárcel? ¿Acaso no es más cruel que un robo la desatención de las necesidades básicas y la violación de los derechos humanos fundamentales mucho antes de la pena? ¿Quién hace más daño a quién?
En el ex Centro de Rehabilitación Social Femenino o Cárcel de Mujeres de El Inca, en Quito –ahora cerrado luego del traslado de las internas a la Regional Cotopaxi, cerca de la ciudad de Latacunga–, se evidenció que el 80% de mujeres privadas de libertad estaban acusadas por delito de microtráfico de drogas o trabajo de mulas. Ellas eran parte del eslabón más empobrecido y explotado en la cadena de narcotráfico transnacional. De este porcentaje, la mayor parte eran madres cabeza de hogar. Pero, las cifras, las estadísticas, jamás me hubieran brindado la experiencia de palpar, en las manos frías, sudorosas y desconfiadas de otra como yo, el dolor, la angustia, la lucha y la irreverencia.
Antes de que los girasoles amarillos, colocados en la habitación de Estelita y Toña para reivindicar los afectos frente a tanta hostilidad, se marchitaran, nos abrazamos entrañablemente. Mientras iba de regreso, recordé que hacía unos años había leído por casualidad en la primera plana de diario Extra“Mariachis y narcos encontrados infraganti. Exitoso operativo antinarcóticos captura a malhechores del hampa en el día de la madre”. El pañuelo que es el mundo.
***
* Doris Pinos (Elena Vásconez): Investigadora social, comunicadora, periodista y gestora para el desarrollo. Activista y colaboradora en procesos políticos participativos con organizaciones sociales. 

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miércoles, 18 de marzo de 2015

A Nina, lo propio y lo distinto le moldeó la vida


Nina  es una mujer que confía en sus sueños. Estos le acompañan en forma de premoniciones. Son guías que aclaran su pensar y le permiten encontrar respuestas que trascienden de la imaginación a la realidad. Le ayudan a tomar decisiones y acude a ellos en instantes claves.  Para ella, creer en las corazonadas es un don.



Foto: Elena Vásconez



Por : Elena Vásconez


Los principios del ayllu y la sabiduría de los mayores, tan presentes en la memoria y la conciencia de Nina, fueron los referentes en los que ella, Luz del Amanecer, se sostuvo y se construyó. Honestamente se reconoce citadina porque nació en la ciudad. Sin embargo, su corazón lleva impregnado dentro de sí dos esencias: una que se corresponde con el pueblo Otavalo por sus raíces familiares y otra que le fue concedida amorosamente por el pueblo Puruhá, en los 90, al ser  asumida como hija y compañera dentro del Movimiento Indígena de Chimborazo debido a su destacado trabajo de apoyo a las organizaciones de la provincia, sobre todo en Colta donde la lucha guardaba relación con los conflictos de tierras.

Carismática y multifacética, de carácter y voz fuerte, es una de las figuras más representativas y reconocidas por su importante contribución al movimiento indígena en razón de dirigencias, militancia y pensamiento. Ha ocupado varias dignidades a escala nacional e internacional demostrando que el liderazgo de la mujer indígena ha sido capaz de romper el paradigma tradicional de exclusión étnica y de género. Su estatura es baja y su rostro amigable. Conversa con tal sinceridad que da la sensación de haberla conocido toda una vida. Con entusiasmo narra historias escondidas, aquellas no publicadas por los medios ni en las ruedas de prensa que ha dado, seguramente, una infinidad de ocasiones. Los gestos conducen la plática y hasta modula la voz. Escucharla es agradable. Ciertamente, de Petrona Quinche, su bisabuela literata, heredó el don de contar, crear y recrear.

El mundo de la niñez: la escuelita y los valores comunitarios

En medio de dos realidades, a momentos convergentes y otras veces, más bien, en competencia, transcurrió la niñez de Nina. Lo propio y lo distinto le causaban extrañeza y confusión. El mundo mestizo de la escuela y el mundo de los valores comunitarios que sus padres y abuelos replicaban. “En la escuela se desarrolló mi capacidad de asombro y observación. Hacía galletitas y actividades con el barro. En la casa mi madre me enseñó matemática utilizando la taptana. Cuando me sentía triste porque la legua se me enredaba con la pronunciación de algunos diptongos en castellano, difíciles para mí porque mi primera lengua era el kichwa, ella me animaba haciéndome repasar una y otra vez entre mandado y mandado. Así aprendí de la persistencia”.

Si bien, en la formación escolar convencional a la que Nina accedió se reproducía el menosprecio de toda lengua que no fuera el castellano, de la medicina ancestral catalogada en tanto una expresión de brujería o se utilizaba la repetición memorística para abordar la historia de personajes y pueblos conquistados y desaparecidos, cuya existencia se reducía al pasado; en la formación acuñada por los saberes propios y los valores comunitarios, impartidos en el hogar, experimentó el manejo del tiempo circular, la relevancia de “ser antes que tener”, la apreciación de lo propio, los beneficios de la reciprocidad y el compartir ante la acumulación y el individualismo. Supo que, a diferencia de lo mencionado comúnmente en la enseñanza de la historia contada por los conquistadores y repetida en la escuela, su pueblo gozaba de permanencia cultural e histórica porque estaba vivo. Ella misma era la prueba.

Por otra parte, al participar desde pequeña en el taller textil de su padre comprendió el verdadero sentido de la economía comunitaria y del trabajo. Además se convirtió en una gran tejedora. Comenta que el abuelo, mientras le enseñaba a hilar, compartía la siguiente metáfora: “si cada hilo está suelto se rompe pero si están juntos y entrelazados como somos nosotros (la familia y la comunidad) eso no se destruye fácilmente”. A lo mejor presintió el camino que más tarde tomaría su nieta.

El abuelo, los libros y el espacio juvenil:

Lamparilla ardiente de mis ojos, no desmayes jamás en mi camino” es uno de los pasillos con el que se restauran, en la memoria de Nina, las imágenes musicalizadas de otro tiempo. Abrazada al abuelo cuenta que bailaban juntos alegremente “la pollera colora”. Cantaban huaynos y entonaban la guitarra.

A propósito de un hecho, al principio doloroso, su vocación de buena lectora y declamadora despertó. Tenía todas las posibilidades para participar en un concurso de libro leído, pero, por ser indígena, la oportunidad le fue negada. Llorando le contó lo sucedido a su padre y él, preocupado, prometió que le regalaría un libro, justamente el del concurso.

A los pocos días llegó con una colección completa de libros. Le explicó que luego de buscar en algunos lugares no encontró solo un ejemplar denominado Ariel sino varios. Desde ese instante, en un abrir y cerrar de ojos, devoró lo que estaba a su alcance para la lectura. Desde Oliverio Twist hasta las revistas que vendían los sábados en la feria de Otavalo (MemínCondoritoTarzán y El Llanero Solitario) eran leídas sin descanso. Al principio lo hacía por distracción pero después, y con un criterio más razonado, seleccionaba sus lecturas cuestionándolas.

“El predominio de la cultura hegemónica hacía que me preguntara ¿qué mismo está pasando con nosotros si estamos dejando lo nuestro y valorando lo otro? ¿Qué sucede con nuestros pueblos? Más en la adolescencia cuando se configuraba mí identidad y tenía varias interrogantes que hasta me provocaron shock”  dice ella.

Discriminada en la ciudad por ser indígena y en la comunidad por vivir en la ciudad, decide crear con otros jóvenes el taller cultural Kausanakunchic para decir “aquí estamos, hemos vivido, vivimos y seguiremos viviendo”. La música, el teatro, el deporte y la danza fueron las expresiones artístico-deportivas encaminadas a retomar con calma esa búsqueda de respuestas.

Su paso por este espacio le dejó una lección. Ese día, el grupo musical del taller fue invitado por un amigo a una asamblea comunitaria. Ya en el sitio, los artistas (entre ellos Nina) esperaron un largo rato con la ilusión de llevar a cabo su presentación musical pero, finalmente, no lo pudieron hacer. No habían sido invitados por la autoridad de la comuna sino por un conocido. Esa era la razón. “La experiencia fue buena porque pudimos visibilizar jurisdicción territorial, autoridad y reglas de convivencia, relaciones sociales y diplomacia. El respeto a la autoridad que está al frente de una comunidad era la base. Eso nunca más lo olvidé”  asegura.

El nacimiento del proceso organizativo y la vida política:

Años más tarde, ya en su vida profesional, Nina viaja a Riobamba articulándose así con varios procesos organizativos. Puso a su servicio tanto los conocimientos de abogacía como lo aprendido por experiencia en relación a la autoridad comunitaria. Sirvió de mucho la lección vivenciada junto a sus compañeros músicos.

Capacitadora y asesora en resolución de conflictos, en las comunidades, impartió clase sobre administración de justicia indígena. Pensaba que los conflictos debían ser resueltos en la comunidad, tal cual sus mayores, en el estado pre colonial, lo hacían sin necesidad de acudir a los intendentes. Lastimosamente, como las capacidades y facultades de las autoridades indígenas para la libre determinación de sus pueblos no se reconocían vía legislación, nada que pudiera realizarse al respecto funcionaba. Se topó con una piedra pero continuó.

Exactamente en 1993, cuando ya formaba parte del movimiento indígena de Chimborazo, las organizaciones de Colta promovieron su nombre para la candidatura a la dirigencia del tercer congreso de la CONAIE de ese año. Por decisión asamblearia a nivel provincial fue candidata y, por unanimidad, electa dirigente de tierras y territorios de la organización nacional.

Afirma que su caso es sui géneris porque, aunque no creció en la comunidad y siempre se consideró urbana, el apoyo popular de las comunidades que le adoptaron marcó el nacimiento de su proceso organizativo y se ha hecho presente en todo momento. Para la Asamblea Nacional Constituyente fue nombrada representante por Chimborazo con el apoyo de las organizaciones en el 98. Lo mismo para la Diputación Nacional, la designación de la Cancillería y la Corte Constitucional.

Aclara: “La decisión no fue cómo entro y soy candidata y empiezo a buscar adhesiones, fue porque me pidieron desde la organización y porque lo decidí. Miré que lo colectivo vaya de la mano con lo individual y la necesidad de decidir en el seno de la organización. En consecuencia, he sido un abre caminos. Había que romper el menosprecio a los pueblos y demostrar que si podemos. En los cargos que me ha tocado estar no he entregado carreteras y demás. Ha sido una lucha desde la legislación, la política y ahora desde la investigación con un proyecto que tengo en mente para que se fortalezca el conocimiento y la filosofía de los pueblos recuperando el uso del idioma porque ahí es donde está la esencia del pensamiento”.

Nina ahora:

Madura y con una claridad ganada en el trayecto, indica que su tarea ya no es la de ubicarse en la palestra política como los eternos dirigentes de otras organizaciones donde no existe renovación. Ahora es importante para ella contribuir en el consejo de mayores de la ECUARUNARI y desde ahí acompañar a las nuevas generaciones apuntando a la conducción colectiva, un principio del ayllu. Una conducción entre jóvenes y mayores en diálogo permanente.

Señala que es necesario poner atención al trabajo interno así como en los 70 y 80. Analizar los valores, los principios sobre los cuales se plantean las propuestas y sus contenidos para que no se debilite la filosofía. Retomar la memoria histórica del movimiento indígena y sus aportes. Pasar de la demanda y el reclamo al cómo se construye y a la comprensión de las implicaciones del Sumak Kawsay y del Estado PlurinacionalEntender los códigos culturales que están en el idioma y recoger nuevamente el significado de la chacana como un código matemático, geométrico, político y filosófico. Sin dejar de lado el reconocimiento explícito de las autoridades comunitarias y de la necesidad de establecer un nuevo modelo de Estado.

Que no estemos como una suma de individuos sino que afirmemos nuestra continuidad histórica como pueblos. Que podamos decir somos un autogobierno de los pueblos indígenas. Tener una conciencia y difundirla, seamos urbanos o rurales.  Que sepamos quienes somos para exigir territorios y elegir autoridades indígenas más allá de la filiación. Esa es mi esperanza ahora” menciona, mientras ubica su mirada en el horizonte, entre las montañas y la neblina espesa que aparece por la ventana del sitio que ha visto en sus sueños. En el punto más alto de Caspigasi.


ENLACES DE INTERÉS:


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miércoles, 4 de marzo de 2015

Blanca Chancoso: una esperanza para su pueblo


Educadora de vocación y abogada hecha en la práctica. Fundadora de la FICI en el 74 y cofundadora de la CONAIE en los 80. Actualmente colabora en el espacio de mujeres en la Ecuarunari. 




Por: Elena Vásconez

El cabello recogido con una fachalina, utilizada comúnmente por las mujeres cotacacheñas, deja al descubierto su rostro. Blanca es una mujer de buen carácter. La vida le regaló un espíritu de lucha forjado al calor de momentos decisivos desde la juventud. Sencilla, tranquila y de mirada resplandeciente, es una destacada dirigenta indígena que salió del pueblo y se formó en el entregándose por entero al sostenimiento de procesos organizativos de base ligados al Movimiento Indígena del Ecuador.  

Sus ojos negros de capulí, despejados y sabios, permiten entrever el ímpetu de las montañas y las flores de colores que, luego de ser acarreadas por el viento, le adornan la vestimenta. El tiempo no ha pasado por ella, a sus 60 años, las razones para continuar confiada y poderosa abundan, permanecen. 

En la sede de la Ecuarunari me recibe, sabe que le haré una entrevista. Que distintas se ven, se escuchan y se sienten las personas en directo. Blanca es calma, sosiego, regocijo, firmeza. Su expresión es clara, directa, descomplicada y sin poses, da cuenta de su generosidad. Sin problema comparte vivencias, igual que cuando se desempolva un diario personal o el álbum de fotos que se creía olvidado en alguna parte de la casa.

Mientras detalla tal o cual suceso por más pequeño que sea, su oficina, un tanto fría y lejana, se convierte, de a poco, en el espacio cálido y sentido donde nos encontramos. No todos tienen la capacidad para trasladarnos mediante la buena conversa, justamente, al lugar donde suceden los hechos, ella sí. El campo abierto, las tardes de sol, los animales y los juegos de la infancia. En el ambiente se percibe un apego cariñoso a lo comunitario.

Al final, caminamos juntas por la memoria de cada sitio descrito.


El papel de la abuela y la urgencia de libertad:


“Mi padre quiso que yo sea diferente. No hacienda, no servidumbre, no de doméstica” afirma Blanca y su mirada se remonta a los recuerdos de una niñez que le imprimió en el corazón la urgencia de libertad, cuando apenas pronunciaba las primeras sílabas. En el pueblito de Cotacachi, provincia de Imbabura, crece y aprende desde pequeña a sobrellevar, sin lágrimas ni resentimientos, el peso de ser “india”.

Hija de un albañil dedicado a este oficio, más bien, para romper con la tradición de jornalero agrícola y la dependencia al hacendado, fue una de las primeras niñas indígenas que culminó la escuela con destacados logros pese al poco reconocimiento y a varios episodios de discriminación y racismo. “En la escuela a lo mucho podíamos ser escoltas, nunca abanderadas” señala.

En la ciudad, el nivel forzado en medio del cual se desarrollaba el convivir intercultural hacía hostil su relación con lo mestizo pero, a la vez, le abría puertas debido a su inteligentencia y perspicacia. Aunque sus padres eran migrantes y aunque ella misma no nació en una comunidad, sus tíos maternos, radicados en La Calera, sembraron en Blanca la semilla de la vida comunitaria. Con ellos pudo disfrutar de un amor familiar y sincero. Cuenta que compartir esos instantes benditos fue una suerte y agradece a la Pacha Mama por eso. Entre risas reconoce: “Me gustaba dormir en la choza cuidando a los chivos, junto con mis primos”. Imágenes de ese tiempo regresan a su mente ratificando que la conciencia reacciona de un chispaso a partir de la vivencia propia. Algo que conoció de cerca.

En esta etapa, la presencia de la abuela se tornó fundamental. ¿Por qué la abuela? Le digo. “Parece que fui una esperanza para ella, ahora lo entiendo. Cada día, al regresar de la escuela, me preguntaba con premura e ilusión si ya podía leer. Enséñanos tu cuaderno o qué dice aquí, señalaba, adelantándose a mis avances aunque solo tenía 6 años”. En una familia donde todos eran analfabetos se hacía indispensable que alguien se convirtiera, más que en un orgullo, en una esperanza. Asegura que de su abuela “una Yachak de verdad” retoma el mejor ejemplo, el de acompañar incondicionalmente a la comunidad y a su gente.

La revuelta estudiantil y el inicio del despertar:


Concluida la formación escolar, Blanca gana una beca para cursar sus estudios secundarios en un colegio normalista con modalidad de internado. A través de esta experiencia conoció a jóvenes de distintas edades provenientes de todo el país. La aceptación de diferentes costumbres y maneras de ser era señal de que el reconocimiento al otro, en igualdad de condiciones, nunca le fue complicado.

Dice que en los primeros años de colegio las huelgas estudiantiles destinadas a conseguir mejoras educativas eran el pan de cada día. Ella participó de estos acontecimientos solidarizándose con sus compañeras y compañeros, inclusive, en cierta ocasión vivió de cerca un desalojo. Aquel día, después de una toma estudiantil pacífica efectuada en las instalaciones del centro educativo, los militares, en respuesta, rodearon el área desalojando por la fuerza a dirigentes y alumnos. Se rumoraba que los líderes cabecillas habían sido llevados en helicóptero siendo arrojados al vacío.

Los eventos suscitados en el internado fueron mucho más determinantes en la adolescencia de Blanca que la relación con sus padres. La rebeldía y el sentido de justicia se gestaban sin hacer aspavientos apoyándose en las enseñanzas de los maestros quienes promovían el nacimiento de nuevos liderazgos juveniles.

Poco antes de graduarse, durante el tiempo de práctica docente, junto con sus compañeros, impulsó la alfabetización en comunidades y apoyó la organización de asociaciones agrícolas incentivando la defensa de los derechos de los trabajadores jornaleros. Como era de esperarse estas acciones provocaron repudio en los hacendados.

Ni las iras ajenas ni el coraje de los poderosos han sido impedimentos. Conformó además un grupo juvenil de danza para acercarse a la gente “no queríamos ir a dar discursos en la comunidad sino a demostrar la vida y la cultura” asevera. Ella le dio a su vida un valor, un sentido que le permitió mirarse en los demás. Así empezó todo.

La vida profesional y el proceso organizativo como opción  de vida:


Blanca compartió los primeros años de su vida docente con las niñas y niños, poniendo en práctica los fundamentos de la educación liberadora. A los 18 dirigió una escuela piloto cerca de Otavalo. En dicho lugar, desde muy temprano, recorría la comuna de casa en casa motivando la asistencia de sus estudiantes y, de paso, dando solución a problemáticas cotidianas.  

“Yo era la profesora más guagua. Cada que me veían llegar los niños gritaban felices ya viene la señorita, ya viene la señorita. Una vez, un padre de familia, casi en mi delante le dijo a su hijo ¿Cuál señorita? ¿Dónde está pues la señorita? Fuera señorita si usara zapatos y otra ropa. No es señorita, es india, longa igual a nosotros”. Las habladurías no eran trascendentes porque los hechos inundaban las palabras.

Pronto, su esfuerzo y dedicación se extendió por fuera del aula. Comentarios como “la compañera Blanca por aquí, la compañera Blanca por allá. Que venga a ayudar a resolver los juicios en mí comunidad. Que venga a la escuela a ver a los niños porque la extrañan, pero también que ayude en el cabildo” desbordaron su energía. A pesar de ello, jamás dejó de colaborar y acompañar siguiendo el legado “algunas veces de líder y otras de soldado” precisa.

El proceso de base emprendido por Blanca se caracterizó por un sinnúmero de logros, entre ellos, la constitución de cabildos indígenas con autoridades comunitarias propias, aportes en su formación, asesoramiento legal desde la visión indígena, sobre todo, en juicios de tierras y resolución de conflictos. Rápidamente, maestros y maestras, jóvenes y conocidos empezaron a reunirse con más y más frecuencia para tratar temas de interés común. Ya no eran 15, eran 40 y hasta 80. La peluquería y el parque no bastaban. Cada comunidad exponía los mecanismos utilizados en tanto salidas orientadas a enfrentar situaciones amenazantes en sus entornos inmediatos. Aquello era una contribución que revalorizaba las capacidades propias y la unión. No obstante, había que avanzar.

Es así como en el 74 se funda la FICI con el liderazgo de Blanca y sus compañeros de lucha. Aclara que en sus inicios la Federación luchó contra los diezmosy primicias mantenidos por la iglesia, hasta su erradicación. El costo fue alto. “Teníamos en contra a las autoridades de la iglesia que nos tildaban de comunistas y desde el púlpito, en las misas, nos satanizaban llamando a los indígenas de las comunas a no recibirnos porque estábamos en contra Dios por oponernos a esos pagos”.

El álbum de la vida se compone de cosas que no se borran con facilidad. En este punto, narra las amenazas e insultos que recibió por actuar en favor de su pueblo. Acusada de comunista, un día, en medio de un camino desolado, fue sorprendida por alguien que le apuntó a la cara con un arma. Ella no tuvo miedo y lo enfrentó. El destino le ofrecía un amplio recorrido de servicio. De ninguna manera podía irse.

Como no siempre se tiene todo lo que se quiere, Blanca debió decidir una vez más. Si bien, se sintió obligada a elegir entre los niños/as o la organización, su profunda fe en el otro le hizo confiar en la labor comprometida de sus compañeros/as educadores. Entonces optó por otra forma de construir cambios significativos desde la militancia y la organización.

Desde entonces hasta ahora no ha descansado.

Blanca hoy:


De regreso al presente, Blanca llega a una sola conclusión. “La organización nos ayudó a valorarnos porque puso sobre el tapete las capacidades que teníamos. Una vez discutí con una maestra que decía que el Ecuador era subdesarrollado por culpa de los indígenas, yo le dije, al contrario, vive por nosotros. Como que da más coraje para demostrar las voluntades políticas y cambiar el país sin recibir migajas o las sobras. Descubrimos de los derechos que teníamos, cuando pasábamos malos momentos decíamos que de pronto era mejor no tener conciencia pero cuando uno descubre dice no. No tengo por qué callar”.

Manifiesta que, actualmente, debe distribuir sus tiempos entre la maternidad (que no ha sido nada fácil para ella al ocuparse sola de la crianza de su hijo siendo lideresa social) y el acompañamiento al proceso. Su tarea no ha concluido con un período dirigencial y lo demuestra ahora. “Cuando se es de principios los objetivos no se acaban después de la dirigencia, estos se quedan para siempre” reitera.

¿Qué sueña su corazón ahora? Le pregunto. Con un hondo suspiro contesta: “Deseo que retomemos el camino de la libertad. Quiero que mi pueblo sea libre en el marco de la complementariedad. Eso quiere decir que seamos hombre y mujer, caminar juntos. Con los dos pies se camina, con las dos manos se lava la cara, con los dos ojos se mira porque están en un solo cuerpo”.